Infància, t’allunyes cada vegada més... o sóc jo qui m’allunyo? Com pot ésser que una nena de cinc anys (estava a P-5 m’ha dit) se m’hagi apropat, m’hagi agafat les mans i m’hagi demanat que la prengués en braços? Acomodada, sense que jo hagués tingut ni temps per a reaccionar, m’ha abraçat tan fortament... Si no em coneixia de res la Alessia! Serà perquè els hi havia preguntat en el meu primitiu itanyol a ella i a la seva germana Paula llur nom...?
Aquest dissabte 3 de novembre a Cubas de la Sagra, més enllà de l’espontaneïtat d’un infant, la seva dolcesa i la seva senzillesa no acomplexada, la seva generositat i la seva gratuïtat desinteressada, aquella abraçada tan sentida era la Seva abraçada. Per sorpresa. Encara que contínuament en cerqui inútilment d’altres abraçades i d’altres petons, Ell només em té a mi i jo només al tinc a Ell. Joia trencadissa hissant els castanys cabells a mig rissar que el sol de ponent d’un principi de novembre acariciava, la Alessia, tota feta de suau pell amb aquelles manetes plenes de vida i fràgils galtes enceses com els seus ulls foscos i fulgents, s’abandonava despreocupada als meus inexperts i rudimentaris braços. El record del seu càlid somriure em torna a qüestionar, per què? Què hi trobava? Eren l’audàcia, la certesa i la confiança que precisament em manquen. Instant diví, moment de gràcia, no feia més de 15 minuts que jo havia combregat. De la mateixa manera, tot just feia una estona, el petit Miguel m’havia pres la mà seguint-me i m’havia escoltat amb la boca ben oberta la meva explicació de les virtuts i gestes del nostre poderosíssim Arcàngel. És l’amor que se’ns regala. Petits miracles inexplicables. No en sabem, no podem estimar, però si podem deixar-nos estimar. És la nostra naturalesa que espera la gràcia. És per això que s’entén que els nens estiguin íntimament tant predisposats a la religió atès que ho estan de forma natural a l’amor.
Infancia que no sé conservar empeñado en ser adulto. ¡Qué fácil seria avanzar con un paso de niño! Con la mirada fijada en la meta, sin contemplar el suelo, levantándome una y otra vez de mis repetidas caídas. Esperando otros brazos mi fuerza sería infinita. Esta noche de sábado, después de cenar en la parroquia de Pinto, discutíamos sobre la oportunidad y el valor de la oración expresada públicamente en actos y acontecimientos generales, por ejemplo, en la manifestación del 18 de junio de 2005 contra la aprobación del matrimonio civil entre personas del mismo sexo, con independencia de que se organizara desde entornos católicos o cristianos. Trataba de defender ante mis amigos la necesidad de esta oración sin presunción expresada de forma colectiva, a parte y además de la que privativamente cada uno podría estar rezando en aquel momento. Creo sin embargo que lo he hecho sin demasiado éxito, seguramente porque mis amigos conocen mi propia incoherencia, mi falta de oración sincera y mi fariseísmo. Igual que en aquella ocasión toda aquella masa que se veía impotente al comprobar que un gobierno sectario, una minoría fanática, era capaz de imponer a una sociedad desorientada mediante una ley injusta una aberración jurídica basada en la fuerza del Estado. De hecho, aquel millón y más de personas fueron desoídas impunemente. No obstante, es precisamente por esta razón, por esta impotencia, que aquel día necesitábamos aún más si cabe de la oración. Y de una oración en voz alta. Porque la oración es el arma de los débiles que quieren acallar, es el juguete de los niños que les hace ser fuertes y crecer. El niño no juega sólo. Cuántos más niños, más fantástico es el juego. El niño juega en todas partes. En casa y en el patio. El mundo es una gran plaza de juegos. La oración del débil y la oración del niño, ¿cómo va a ser desatendida? Los poderosos lo saben bien y por ello la temen. ¡Tiembla Satanás! Desconocemos los planes del Señor pero si en Madrid aquel 18 de junio hubiésemos rezado abiertamente, con más sinceridad, con más indigencia, insistentemente y con más fuerza, hubiésemos vencido. Y si aún ahora lo hiciéramos, más vale tarde que nunca, venceríamos. Todos, o casi todos, nos olvidamos de esto. Pero en el caso de los organizadores, por el compromiso asumido, su responsabilidad es mayor. Así se esterilizó una gran obra por falta de fe. Con Chueca, se burlaba Moncloa. ¿Hasta cuándo? Entre el millón de católicos que estuvimos allí, ¿de dónde tanta resistencia a una simple y breve oración? ¿A quién puede molestar en realidad una sencilla e inofensiva plegaria? Para el increyente – en tanto que oración y por lo tanto correspondiente al ámbito de lo religioso que no reconocen – le debería ser indiferente...
Aquest dissabte 3 de novembre a Cubas de la Sagra, més enllà de l’espontaneïtat d’un infant, la seva dolcesa i la seva senzillesa no acomplexada, la seva generositat i la seva gratuïtat desinteressada, aquella abraçada tan sentida era la Seva abraçada. Per sorpresa. Encara que contínuament en cerqui inútilment d’altres abraçades i d’altres petons, Ell només em té a mi i jo només al tinc a Ell. Joia trencadissa hissant els castanys cabells a mig rissar que el sol de ponent d’un principi de novembre acariciava, la Alessia, tota feta de suau pell amb aquelles manetes plenes de vida i fràgils galtes enceses com els seus ulls foscos i fulgents, s’abandonava despreocupada als meus inexperts i rudimentaris braços. El record del seu càlid somriure em torna a qüestionar, per què? Què hi trobava? Eren l’audàcia, la certesa i la confiança que precisament em manquen. Instant diví, moment de gràcia, no feia més de 15 minuts que jo havia combregat. De la mateixa manera, tot just feia una estona, el petit Miguel m’havia pres la mà seguint-me i m’havia escoltat amb la boca ben oberta la meva explicació de les virtuts i gestes del nostre poderosíssim Arcàngel. És l’amor que se’ns regala. Petits miracles inexplicables. No en sabem, no podem estimar, però si podem deixar-nos estimar. És la nostra naturalesa que espera la gràcia. És per això que s’entén que els nens estiguin íntimament tant predisposats a la religió atès que ho estan de forma natural a l’amor.
Infancia que no sé conservar empeñado en ser adulto. ¡Qué fácil seria avanzar con un paso de niño! Con la mirada fijada en la meta, sin contemplar el suelo, levantándome una y otra vez de mis repetidas caídas. Esperando otros brazos mi fuerza sería infinita. Esta noche de sábado, después de cenar en la parroquia de Pinto, discutíamos sobre la oportunidad y el valor de la oración expresada públicamente en actos y acontecimientos generales, por ejemplo, en la manifestación del 18 de junio de 2005 contra la aprobación del matrimonio civil entre personas del mismo sexo, con independencia de que se organizara desde entornos católicos o cristianos. Trataba de defender ante mis amigos la necesidad de esta oración sin presunción expresada de forma colectiva, a parte y además de la que privativamente cada uno podría estar rezando en aquel momento. Creo sin embargo que lo he hecho sin demasiado éxito, seguramente porque mis amigos conocen mi propia incoherencia, mi falta de oración sincera y mi fariseísmo. Igual que en aquella ocasión toda aquella masa que se veía impotente al comprobar que un gobierno sectario, una minoría fanática, era capaz de imponer a una sociedad desorientada mediante una ley injusta una aberración jurídica basada en la fuerza del Estado. De hecho, aquel millón y más de personas fueron desoídas impunemente. No obstante, es precisamente por esta razón, por esta impotencia, que aquel día necesitábamos aún más si cabe de la oración. Y de una oración en voz alta. Porque la oración es el arma de los débiles que quieren acallar, es el juguete de los niños que les hace ser fuertes y crecer. El niño no juega sólo. Cuántos más niños, más fantástico es el juego. El niño juega en todas partes. En casa y en el patio. El mundo es una gran plaza de juegos. La oración del débil y la oración del niño, ¿cómo va a ser desatendida? Los poderosos lo saben bien y por ello la temen. ¡Tiembla Satanás! Desconocemos los planes del Señor pero si en Madrid aquel 18 de junio hubiésemos rezado abiertamente, con más sinceridad, con más indigencia, insistentemente y con más fuerza, hubiésemos vencido. Y si aún ahora lo hiciéramos, más vale tarde que nunca, venceríamos. Todos, o casi todos, nos olvidamos de esto. Pero en el caso de los organizadores, por el compromiso asumido, su responsabilidad es mayor. Así se esterilizó una gran obra por falta de fe. Con Chueca, se burlaba Moncloa. ¿Hasta cuándo? Entre el millón de católicos que estuvimos allí, ¿de dónde tanta resistencia a una simple y breve oración? ¿A quién puede molestar en realidad una sencilla e inofensiva plegaria? Para el increyente – en tanto que oración y por lo tanto correspondiente al ámbito de lo religioso que no reconocen – le debería ser indiferente...
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