Érase una familia feliz, recién formada. Juventud enamorada. Con rosas por doquier y una perla tan tierna... Vida: la vasca sangre más española mezclada con sangre de Polonia.
Sin embargo, no todo eran pétalos, que también había espinas. Pero el amor – esta dulce fuerza – se sobreponía en este gozar de ruiseñores. Se alegraba la vista al verle a él, cual ángel de la guarda, tan discreto y entregado, fuente de alegría. Se hacía música, confiada compañía para sus únicas mujeres: esposa, hija, madre y hermanas. Sonrisa de ángel que se nos contagiaba. Ella, mujer firme y resuelta, sencilla y fina, de Bilbao señora, oportuna y animada. Todavía una niña, se dejó subyugar en aquella danza por el humilde y divertido eslavo que antes había quedado rendido a sus pies. Luchadora, ante la amargura, coraje y, ¿por qué no? dulzura. Con dos patrias, llegó Karolina. Nada le faltó: amor, amor, amor y caricias. Escrutaban sus ojos impasibles los tuyos, te desarmaban. Como desarmó a sus padres, a sus abuelos.
Inexorablemente, ha llegado la hora, sin avisar, cuestionando. Hoy parece que reclama al varón. Dispuesta a todo: la muerte no espera. Simplemente llega. Dolorosa. Antes o después. ¿Ahora? ¡Dios no lo quiera! ¿Qué sé yo de pruebas? De mi corazón amigos, ¡a Dios, a Dios! Ignorante soy, mas a la Buena Madre y a todos los ángeles lloro – que rueguen por vosotros, ¡ahora! Amigos, no oso hablaros de Amor, pero sólo esta fuente os queda en este desierto.
lunes, 19 de noviembre de 2007
¿Dónde estás Esperanza?
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