Dice Torras i Bages que "España, porque ha sido la nación más católica, es también la que presenta tal vez un ejemplar más magnífico de esta vida social”[1] transida por la caridad. Lo anterior, obviamente, lo afirma desde una perspectiva histórica (“ha sido”), la cual, en el momento en el que lo escribe (1.881), parece superada.
España, “la nación más católica” equivale a decir que no hubo nación más católica que España. Que lo sea hoy ya es otra cosa, pero que lo fuera, no creo que nadie se atreva a contradecirlo. Históricamente, por ejemplo, Polonia o Irlanda no llegaron a estar tan cristianizadas en sus relaciones sociales como nuestro país, donde los mismos reyes, los primeros del pueblo, eran temerosos de Dios. Por ello, ellos amaban al pueblo y el mismo pueblo les amaba.
Hoy en día, es claro que no somos “la nación más católica”. Tampoco hay amor en nuestro país, en nuestras regiones, en nuestras casas, en nuestras familias. Si no nos amamos (¿cómo nos vamos a amar?), ¿cómo amaremos a nuestras autoridades (las cuales – dicho sea de paso – tampoco se prestan a ser amadas)? Cada uno persigue su propio interés, siendo movidos por el egoísmo, aunque tengamos que pisotear a nuestros hermanos. ¿Cómo nos podemos extrañar que quiebren nuestras familias y que el país, conjunto de pueblos, se venga abajo en todos los sentidos? Porque tenemos nuestros mismos corazones partidos, vacíos. No es una mera cuestión lingüística.
A algunos esta situación les parece ideal: la meta de doscientos cincuenta años de arduos trabajos y de “iluminación” a la masa. Una masa a despreciar. Incluso hoy, destinada a ser carne de consumo y que, a las primeras de cambio, la dejarán en la estacada. Esta masa humilde, la de nuestras ciudades y nuestros pueblos, cuyos horizontes se pierden ante la pantalla de la tele y del ordenador. Todos somos parte de la masa. Cuando falte el pan y el circo, ¿qué será de ella? Pero ellos – los lucíferos – lo habrán conseguido... Una ley individual para todos: hacer lo que venga en gana. Pero para esto, me pregunto, ¿hace falta la ley?
No obstante, esta no es la cuestión. La batalla se juega en instancias más altas. Sólo porque España fue “la nación más católica” le corresponde ahora ser “la más apóstata”. No basta la indiferencia. No basta el olvido. Nada no basta. Hace falta que España – los españoles – se conviertan en lucíferos del mundo. Que sus obras se conviertan en faros de la nueva ilustración. Que se diga: “en la España que fue” reina la (sin)razón. Que vuelva el islam si conviene por ahora (luego ya se encargaran de suprimirlo nuestros lucíferos). Que la masa no se reproduzca. Que los ancianos – reminiscencias molestas del pasado – sean licenciados a mejor vida. Bueno, tampoco sé qué objetivos nos ofrecen estos lucíferos más allá del progreso indefinido a no-sé-que-mundo-mejor. ¿Los valores?¿qué valores? Pero, todo se alcance por la gran negación. Repito, y lo podremos ver: hay que demostrarle al mundo que la Historia de la Luz (la del Descoordinador de los lucíferos) es capaz de sobreponerse a la historia.
Obviamente, son fantasmas que incluso a Goya asustaron. Fantasmas que andan por nuestras calles, que pululan por nuestras pantallas; virus que se infiltran en nuestros ordenadores, espíritus que animan nuestras pseudo-literaturas y que infectan nuestras mismas relaciones. Todos estamos enfermos, unos más y otros menos. Quisimos ser ángeles y, sin remedio, todos sucumbiremos. A estas horas, pocas defensas nos quedan y el futuro se presenta triste y pesimista, a pesar de la límpida luz de esta tarde de Domingo de Ramos que se vierte por mi ventana. España, campos baldíos y sequía de almas, desierto que nos espera.
Sin embargo, un año más, la Semana Santa nos sale al paso. Como a los niños jerosolimitanos, nos nace todavía de dentro el grito “bendito el que viene en nombre del Señor”. Ante Cristo, al menos en estos días, toda rodilla se hinca. Y a continuación le crucificamos. Por nosotros. Por nuestra apostasía. Porque vivo como si Dios no existiera. Pero, no pasan ni tres días y ¡oh sorpresa!, resulta que Nostre Senyor resucita... Y vuelve para administrar justicia. Una justicia que es amor que brota de su costado y que nos abraza a todos, porque todos, lucíferos y masa, le habíamos abandonado. Menos la madre de su Corazón, María. España, aunque de dolores, es tierra de María.
[1] Discurso sobre la influencia social que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús está destinada a ejercer en los tiempos modernos, Obras Completas, v.I, Montserrat 1984, pp. 21-71.
España, “la nación más católica” equivale a decir que no hubo nación más católica que España. Que lo sea hoy ya es otra cosa, pero que lo fuera, no creo que nadie se atreva a contradecirlo. Históricamente, por ejemplo, Polonia o Irlanda no llegaron a estar tan cristianizadas en sus relaciones sociales como nuestro país, donde los mismos reyes, los primeros del pueblo, eran temerosos de Dios. Por ello, ellos amaban al pueblo y el mismo pueblo les amaba.
Hoy en día, es claro que no somos “la nación más católica”. Tampoco hay amor en nuestro país, en nuestras regiones, en nuestras casas, en nuestras familias. Si no nos amamos (¿cómo nos vamos a amar?), ¿cómo amaremos a nuestras autoridades (las cuales – dicho sea de paso – tampoco se prestan a ser amadas)? Cada uno persigue su propio interés, siendo movidos por el egoísmo, aunque tengamos que pisotear a nuestros hermanos. ¿Cómo nos podemos extrañar que quiebren nuestras familias y que el país, conjunto de pueblos, se venga abajo en todos los sentidos? Porque tenemos nuestros mismos corazones partidos, vacíos. No es una mera cuestión lingüística.
A algunos esta situación les parece ideal: la meta de doscientos cincuenta años de arduos trabajos y de “iluminación” a la masa. Una masa a despreciar. Incluso hoy, destinada a ser carne de consumo y que, a las primeras de cambio, la dejarán en la estacada. Esta masa humilde, la de nuestras ciudades y nuestros pueblos, cuyos horizontes se pierden ante la pantalla de la tele y del ordenador. Todos somos parte de la masa. Cuando falte el pan y el circo, ¿qué será de ella? Pero ellos – los lucíferos – lo habrán conseguido... Una ley individual para todos: hacer lo que venga en gana. Pero para esto, me pregunto, ¿hace falta la ley?
No obstante, esta no es la cuestión. La batalla se juega en instancias más altas. Sólo porque España fue “la nación más católica” le corresponde ahora ser “la más apóstata”. No basta la indiferencia. No basta el olvido. Nada no basta. Hace falta que España – los españoles – se conviertan en lucíferos del mundo. Que sus obras se conviertan en faros de la nueva ilustración. Que se diga: “en la España que fue” reina la (sin)razón. Que vuelva el islam si conviene por ahora (luego ya se encargaran de suprimirlo nuestros lucíferos). Que la masa no se reproduzca. Que los ancianos – reminiscencias molestas del pasado – sean licenciados a mejor vida. Bueno, tampoco sé qué objetivos nos ofrecen estos lucíferos más allá del progreso indefinido a no-sé-que-mundo-mejor. ¿Los valores?¿qué valores? Pero, todo se alcance por la gran negación. Repito, y lo podremos ver: hay que demostrarle al mundo que la Historia de la Luz (la del Descoordinador de los lucíferos) es capaz de sobreponerse a la historia.
Obviamente, son fantasmas que incluso a Goya asustaron. Fantasmas que andan por nuestras calles, que pululan por nuestras pantallas; virus que se infiltran en nuestros ordenadores, espíritus que animan nuestras pseudo-literaturas y que infectan nuestras mismas relaciones. Todos estamos enfermos, unos más y otros menos. Quisimos ser ángeles y, sin remedio, todos sucumbiremos. A estas horas, pocas defensas nos quedan y el futuro se presenta triste y pesimista, a pesar de la límpida luz de esta tarde de Domingo de Ramos que se vierte por mi ventana. España, campos baldíos y sequía de almas, desierto que nos espera.
Sin embargo, un año más, la Semana Santa nos sale al paso. Como a los niños jerosolimitanos, nos nace todavía de dentro el grito “bendito el que viene en nombre del Señor”. Ante Cristo, al menos en estos días, toda rodilla se hinca. Y a continuación le crucificamos. Por nosotros. Por nuestra apostasía. Porque vivo como si Dios no existiera. Pero, no pasan ni tres días y ¡oh sorpresa!, resulta que Nostre Senyor resucita... Y vuelve para administrar justicia. Una justicia que es amor que brota de su costado y que nos abraza a todos, porque todos, lucíferos y masa, le habíamos abandonado. Menos la madre de su Corazón, María. España, aunque de dolores, es tierra de María.
[1] Discurso sobre la influencia social que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús está destinada a ejercer en los tiempos modernos, Obras Completas, v.I, Montserrat 1984, pp. 21-71.
2 comentarios:
Hola Miquel,
sigo leyendo tus escritos, me siguen encantando. Te agradezco tu esfuerzo, y doy gracias a Dios, porque actualmente (y es probable que esto se deba, al menos en parte, a que, como tú mismo dices, las cosas están tan difíciles) quien lucha por Él lo hace con mucha más gracia, con más alegría, con más valor y con más audacia que nadie que luche por cualquier otra causa.
Miquel, seguro que sabes que ayer se celebró el día de San José. Si en algún momento puedes, me gustaría que escribieras algo sobre él. Porque un escrito tuyo sobre María me hizo reflexionar muchísimo. Y ayer, en una charla en la que nos hablaron de San José, me di cuenta del poco caso (ninguno?) que le he hecho siempre, como si no existiera. Y sin embargo, las cosas que ayer nos contaba el Sacerdote, observaciones llenas de cariño sobre la vida de San José, me dejaron sin habla. Y me gustaría saber más, escuchar (leer) a personas que me abran un poquito más los ojos.
(Sólo si tienes tiempo).
Gracias, muchas gracias
Querido/a anónimo/a (algún día dejarás de serlo...), te agradezco tu comentario.
Lo sé, lo sé ¡ayer fue San José! Pero teniendo el Domingo de Ramos tan cerca, se nos quedó un poco en la sombra, lo cual, por otra parte, es muy propio de nuestro Patriarca. Pero, no es casualidad que sea él quien nos introduzca en la semana más especial del año.
Pero es verdad que llevo tiempo queriendo escribir algo sobre él. Más que escribir, se trata de hacer una síntesis de ideas muy esclarecedoras que he venido leyendo últimamente.
En cualquier caso, acompañemos a María, como lo hicieron José y Juan en los momentos más difíciles, en estos días que tenemos por delante. Mejor, dejémonos acompañar por la Virgen. Lo que vaya a ocurrir, no tenemos palabras ni capacidad para terminar de entenderlo, pero sí para acogerlo en el silencio y disfrutar con toda la Iglesia la Resurrección que se acerca: ¡hemos sido redimidos!
Laudetur Iesus Christus!
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