domingo, 2 de marzo de 2008

Laetare, lacrimosa

El de hoy era domingo Laetare. La Cuaresma, por un día, se dulcifica. En las iglesias, al igual que el domingo Laetare de Adviento, el color litúrgico, como signo exterior y visible de la alegría, se cambia de morado a rosa.
Sin propósito previo yo también he decidido cambiar esta tarde de ritmo y volver al teatro, al cual hacía meses que no visitaba, por falta de tiempo y ocasión principalmente. En esta Cuaresma, curiosamente, la oferta madrileña en artes dramáticas es del todo interesante y competitiva. El demonio bien sabe por donde cojea mi concupiscencia. Pero la Iglesia es sabia y un respiro siempre es bienvenido...
Así que Chéjov en el jardín. La Sala Pequeña del Teatro Español resulta gratamente acogedora, a pie de calle o, mejor dicho, de la Plaza Santa Ana.
Una obra extraña, pero excelentemente interpretada, cumpliendo de forma magistral– creo – con la lex artis. Con el mismo Chéjov de protagonista ausente a pesar de deambular por medio del escenario. Gran papel de Juan Ceacero haciendo de director Stanislavski.
Digo que se trataba de una función extraña porque, siendo lego, no la he terminado de entender. Al final, repasando el programa, he leído las siguientes aclaraciones de los mismos autores (Verónica Rodríguez Ballesteros y Luis d’Ors) que siempre resultan convenientes:
Chéjov observó la vida para recrearla en obras teatrales y cuentos. Nosotros hemos observado la obra y la vida de este autor y sus allegados y la hemos convertido en ficción teatral. No pretendemos escribir una obra sobre la vida de Chéjov (...). Chéjov es un autor sencillo y complejo al mismo tiempo (...). Chéjov habla del deseo en el ser humano. Chéjov en el jardín cuenta un proceso de búsqueda a lo largo del tiempo (...). Nuestra pretensión es la de que cada espectador sustituya el deseo específico que cuenta la pieza (encontrar a Chéjov), por el suyo propio. Así podrá llegar a comunicarse con la obra”.
Llegado a este punto he comprendido mi desorientación. No he entendido la obra puesto que, si bien me ha interpelado, no ha o no he sabido apuntar a mi propio deseo. De ahí que haya salido insatisfecho, por no decir frustrado. Así que me vuelvo a preguntar: ¿cuáles son mis deseos? ¿cuál es mi Deseo? La felicidad, sin duda. Pero, retorno a la eterna cuestión, cos’ è la felicità? No creo que sólo consista en hacerse la dichosa pregunta...
Con esta extrañeza, salido del teatro, iba deambulando por Alcalá hacia Cibeles. La calle me hablaba. Todos: los coches, la noche, las luces, los guiris, el Irish, los cafés, las campanas. Me hablaban. A mí. Sin embargo, no era capaz de entenderles. Me he acordado que antes, de camino al teatro, me había encontrado en el metro con un grupo de voluntarios que acompañaban a unos discapacitados. Hace ya unas semanas que soy yo quien no se deja caer los domingos tarde por la Fundación. Divagando.
Los actores buscaban a Chéjov en el jardín. En vano.
Hasta que me han encontrado las puertas de la Iglesia de San José abiertas. He entrado buscando la paz. Mas, ¡oh sorpresa! las Tenebrae factae sunt de Haydn me han saludado. Al fondo, ante el altar, una numerosa Coral Luis Heintz estaba dando un recital. En latín, repitiendo cada dos por tres el miserere.
Para terminar un Ave Verum Corpus y, resonando tan dulce como triste fruto del dolor esperanzado, stabat mater dolorosa/juxta crucem lacrimosa/dum pendebat Filius.
Bajo la Cruz nos hemos encontrado.






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