lunes, 24 de diciembre de 2007

Feliz Navidad

Como un padre se encariña con sus hijos,
así de tierno es Yahvé
...” (Sal 103, 13)

Nervioso, perdí el pesebre de Belén, entre recuerdos y quehaceres. Es probable que hubiera llegado tarde, como siempre. Me parecía tenerlo tan cerca y sólo encontré cuatro figuras de plástico. El árbol ya se había marchitado. Alguien había apagado las luces. En la noche fría, callaba la tierra sin cariño. En este noche de desiertos, ninguna sonrisa me despertó.

Me sentí algo estafado. Esto no era Navidad. Mientras tanto, Belén seguía su Nochebuena. Quise llamar en mi ayuda a los ángeles y a los hombres de buena voluntad, pero carecía de cobertura en aquel descampado. Estaba sólo.

Callé durante un minuto entero. Tiritando de frío, en la oscuridad, levanté la vista al cielo. Este se había quedado despejado y, por una vez, vislumbré una estrella que refulgía más que las otras. Parecía señalar una dirección conocida, la de mi casa. Pensativo y no sin algo de aprehensión, me volví rápidamente.

¡Cuál fue mi sorpresa cuándo me abrió la puerta san José como si me hubiese estado esperando largo tiempo! Susurrando me pidió silencio, como quien guarda un secreto. En la habitación, en mi habitación, me encontré a María sentada y en sus brazos a un niño que dormía plácidamente.

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