domingo, 10 de febrero de 2008

Murcia


Uno que no haya estado nunca en Murcia, asociará esta región al Segura, a los regantes, a la sequía y al Mal Menor, perdón, al Mar Menor. En pocas palabras, una ciudad de provincias sin nada especial que ofrecer.

El que a pesar de sus prejuicios se decidiere a ir, tampoco se encontraría mucho más, al parecer, en comparación con los grandes tesoros que esconde nuestra tierra. Historia extensa, no más que la del resto de España, con un casco antiguo y una preciosa catedral abierta por una fachada esplendorosa (algún amargado podría criticar que provinciana al igual que criticaría al Barroco de latinamente provinciano). Salzillos y palacios de Bellugas. A su vez, la Murcia de hoy es una ciudad modernizada como cualquier otra de cierto desarrollo insostenido de la España que fue bien. Palmeras, un ensanche algo pretencioso, semichalets de nueva generación, centros comerciales y hasta no una sino dos universidades. Emigrantes que ven como la huerta se reduce. Por lo demás, muchísimas urbanizaciones de pensionistas ingleses y alemanes así como campos de golf en medio de la nada.

La primera sensación para el visitante acostumbrado a conocer mundo no dejará de ser, como poco, la de la indeferencia.

Pero si este alguien se encuentra con la gente de Murcia, la panorámica cambia por completo. Es Murcia una ciudad que respira una atmósfera diferente. Una ciudad coronada por el Sagrado Corazón. Unas familias que ciertamente no responden al cliché del barrio Salamanca de la capital materializada. Niños, muchos niños, y sus familias. Jóvenes alegres. La tierna-sonrisa-fresca de una rosa cuya mirada es todavía niña que espero que Dios resguarde. Gente con corazón y con coraje, como la de aquel juez – compañero de aula de nuestro presidente (sic) - con 8 vidas a su cargo que será destituido por ser fiel a su conciencia al llamar al blanco, blanco y al negro, negro. Esto es, por considerar que un hijo (adoptado) merece a un padre y a una madre. Porque en Murcia sigue habiendo padres y madres. Hombres de Dios. Gente que no se vende. La sangre de una España que se desangra dando vida. En Jaume I el Conqueridor, rei d’Aragó i compte de Barcelona, la adquirió de los sarracenos con sangre catalana para cederla – desinteresadamente – a su yerno, Alfonso X, rey de Castilla.

Esta es Murcia, un oasis en el desierto. Una tarde de Cielo. Agua para todos.

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