jueves, 18 de septiembre de 2008

The quest for Shakespeare


JOSEPH PEARCE
The quest for Shakespeare. The bard of Avon and the Church of Rome
Ignatius Press 2008, San Francisco, EUA


INTRODUCCIÓN

El acopio de bibliografía adquirida en Melbourne (véase Jornada Mundial de Joventut) me ha iniciado en el fenómeno de la Recusancia (o Recusantismo, de Recusancy en inglés) católica de la Inglaterra isabelina o jacobita.

Para poner en antecedentes al lector, es necesario recordar que los recusantes eran aquellos católicos que, tras el cisma de Enrique VIII, habían permanecido fieles a la Old Faith y, por tanto, a Roma. Tras la destrucción de la estructura eclesiástica y monacal en tiempos del mismo Enrique y de Eduardo VI, con un breve paréntesis durante el reinado de María Tudor (incluyendo a Jane, la reina “de los nueve días”), la persecución anglicana se dirigió con Isabel I contra el mismo pueblo que se había mantenido en parte fiel, ya sea en las ciudades como Londres o bien en los poblados y estates de los bucólicos shires. El arma de la persecución, la de siempre: “Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas” (Mateo 26, 31; Marcos 14, 27). Además, las sanciones pecuniarias que no eran más que expropiaciones encubiertas. Privados de su jerarquía local, la Iglesia en Inglaterra se había dotado de centros en el extranjero de formación de sacerdotes (seminarios overseas, que ya estamos en tiempos post-Trento), como los colegios ingleses de Valladolid, Lisboa, Roma o Rheims, entre otros.

Los jesuitas también tuvieron una especial vocación para asistir espiritualmente los enclaves católicos de Inglaterra. Unos y otros, sacerdotes regulares y jesuitas tenían un probable fin: la tortura y la ejecución. Y, sin embargo, cruzaban el Canal llenos de celo por aquel rebaño menesteroso. Campion, Southwell o Parsons sólo son algunos ejemplos de tantos otros mártires. La novela que también adquirí en Australia, Come rack, Come rope, de R.H.Benson, ilustra fidedignamente la vida de aquellas familias destinadas al cielo y las tentaciones de oportunismo político para sobrevivir a las que se veían sujetas a cambio de transigir con sus conciencias.

Ello no obstante, aquellos “King’s servants, but God’s first” siguieron aportando, desde el ostracismo la mayoría de las veces, su contribución al bien de su país. Quizá o precisamente por ello, en la historia de Inglaterra desde el Cisma hasta nuestros días, muchos de los personajes que más sobresalen en la formación de la cultura (por ejemplo, en la literatura) son católicos, recusantes o conversos. Otros, si bien no católicos, si sobresalen en absoluto (piénsese en las hermanas Bronte o en Charles Dickens) lo hacen por su afinidad inconciente con la Iglesia Universal. No pretendo aquí abordar esta correlación entre la verdadera Inglaterra y la fe de Anselmo de Canterbury. Pero sí nos acercaremos, de la mano de J. Pearce, a una clara muestra de ello, William Shakespeare.

THE QUEST FOR SHAKESPEARE
Hasta aquí no conocía más que el común de la gente la obra del dramaturgo inglés. Un conocimiento mediatizado, además, por las traducciones tantas veces “de autor” o por las “versiones” o adaptaciones bastardas de los directores de turno de las obras clásicas de Shakespeare (ambos fenómenos suelen coincidir con frecuencia). Pero de lo poco que conocía (incluida la disgusting representación del Rey Lear por el Teatro Romea en Madrid allá por 2004-2005) sí podía intuir que debajo de aquella capa de mitos y amores trágicos se escondía un denominador común que lo elevaba a voz universal. A la largo de de los dramas, de las elecciones y del “destino” de las tramas latía algo, como late hoy en mi conciencia: la conciencia de una libertad intimísima que puede elegir entre el bien o el mal y que responde ante sí misma, ante los demás y ante Dio. No, no se puede engañar en última instancia. Sola no está, los “dioses” la asisten. En otras palabras, la gracia (revestida de amor) que asiste a quien se reconoce débil, mueve la trama, que no es otra que el Globe o el “Teatro del Mundo” que Dios recrea una y otra vez. Literatura, en fin, cristiana – que en nada se aparta de lo definido en el Decreto de la Justificación en el Concilio de Trento.

Ahí quedaba mi intuición, hasta que empecé a leer las primeras páginas de The quest... De ahí también mi sorpresa cuando me topé con lo siguiente:

As we shall see in the following chapters, there is an abundance of solid historical evidence to prove, beyond all reasonable doubt, that Shakespeare was raised a Catholic and that he probably remained a Catholic throughout his life” (p. 24).

Si ello es así – y Pierce con apreciable argumentación forense basada en la dialéctica clásica lo demuestra:

It becomes clear that the more we know about Shakespeare the more we will understand his work. Do the plays reflect Shakespeare’s beliefs? Of course they do” (p. 179).

De seguir siendo Shakespeare, aunque oculto, un católico de alma y mente, su pluma es católica necesariamente. Su obra, consiguientemente, no se puede entender sin la referencia a la fe (con su contenido doctrinal y moral, pero sobretodo como seguimiento de Cristo) de la Iglesia romana. En este punto, el biógrafo ataca sin piedad a los críticos modernos que, incapaces de negar lo obvio (a saber, que Shakespeare era un recusante católico), proyectan su propia incredulidad, sus deformaciones intelectuales y, porqué no,
miserias morales, interpretando las líneas shakespearianas según su antojo. Dos citas nos ilustran esta arremetida:

Such critics are blinded by their own provincial prejudice. They make themselves at home in the past by making the past remarkably like their own particular home. It is for this reason, and to bring us back to our quest, that literary criticism must be answerable to the facts of history, not subject to the fads and the fashions of modernity or postmodernity. Put simply, if you wish to know the plays at their deepest, you must know as much as possible about the person who wrote them, and in order to know the person who wrote them, you must know as much as possible about the times in which he lived (p. 89).

Taking liberties with liberty leads to anarchy, and anarchy, in reality, is the rule of the most ruthless and the enslavement of everyone else. We have laws against rape and murder to ensure that we are not at the mercy of rapists and murderers. This might be obvious to most sensible people, but no, apparently, to the intellectual libertines in literature departments in many of today’s colleges and universities. There is, alas, no law agains the rape and murder of literary text (p. 175).

Es por ello que, a la luz del “revisionismo” (suponemos que los críticos ofendidos por la franqueza de Pearce no se mantendrán callados):

From the perspective of the modernist and postmodernist, Shakespeare emerges as an unenlightened and recalcitrant reactionary. From the perspective of tradition-oriented scholars, the evident clarity of moral vision that they had always perceived in the plays becomes more explicable and more clearly defined (p. 180).

La “revisión” de Pearce no sólo se dirige contra los prejuicios de críticos y lectores resabidos, sino que se embarca en una investigación de los datos biográficos así como de la misma obra del dramaturgo de Stratford, a fin de defender su tesis. Sin pretender ser original, apoyándose en otros estudios precedentes acerca del catolicismo shakespeariano y guiándose por el common sense, al más puro estilo británico, Pearce se atreve a concordar y desgranar ciertas incógnitas de la vida y de la religión del autor de “Hamlet” o “Macbeth”. To be a Catholic or not to be, esa es la cuestión y como The quest for Shakespeare muestra, el clásico inglés se empeña en seguir siendo [católico], a pesar del ambiente hostil y su cercanía a la corte y a la vida pública del Londres isabelino. Reflejo de ello son:
  • Su vida. Shakespeare nace en el seno de una familia profundamente católica, relacionada por parte materna con algunas de las personas con más relevancia en la recusancia inglesa. Habiendo recibido una educación católica, tras su llegada a Londres, si bien no consta explícitamente su fidelidad a la Iglesia clandestina, no deja de rodearse de amigos y compañeros católicos. Entre otros, sacerdotes y jesuitas (Henry Wriothesley). No se registra, por el contrario, que atendiera a la celebración dominical anglicana y si bien Shakespeare, tolerado en parte y representando él mismo un papel ambiguo – el del silencio – ante la audiencia, en sus últimos años vuelve a su Stratford natal para alejarse del mundanal ruido, no sin antes haber adquirido en la capital del reino un edificio que facilitaría para que la comunidad católica de la ciudad se pudiera reunir con relativa seguridad para participar en la eucaristía velada.

    Al final, como recordó el clérigo anglicano Richard Davies 70 años después de la muerte (acaecida en 1616) Shakespare “died a papist”, legando sus bienes a una de sus hijas que había permanecido católica.

    Además de introducirnos en los entresijos más íntimos de la vida de Shakespeare, presenta Pierce el contexto histórico en el que aquél vivió: la consolidación del Cisma o, más aún, de la Reforma en Inglaterra. Un contexto difícil, donde en palabras del biógrafo:

    Pecuniary gain more than doctrinal differences was at the darkened heart of the English Reformation” (p. 152).

    Tiempos difíciles en los que la lengua de Edgar se lamentaría:

    The weight of this sad time we must obey,
    Speak what we feel, not what we ought to say.
    The oldest hath borne most: we that are young
    Shall never see so much, nor live so long (King Lear, 5.3.325-28).

    Muchos no aguantaban el peso de la exigencia; lo cual es, sin la ayuda de Dios, inevitable, puesto que:

    There are always more Gonerils and Regans than there are Cordelias” (p. 184).

    A las Cordelias no les queda otra opción que el fiat, el martirio en su faceta de ostracismo y de eliminación física (el martirio cruento e incruento). El martirio que, en otra cita de Pearce, quedo ilustrado por otro poeta de la época, Byrd, en su poema Deus venerunt gentes (siguiendo el salmo 78):

    Deus, venerunt gentes in hereditatem tuam //
    polluerunt templum sanctum tuum // posuerunt Ierusalem in pomorum custodiam // posuerunt morticinia servorum tuorum escas volatilibus coeli, // carnes sanctorum tuorum bestiis terrae; // effuderunt sanguinem ipsorum tamquam aquam in circuitu Ierusalem, // et non erat qui sepeliret. // Facti sumus opprobrium vicinis nostris, // subsannatio et illusio his, qui in circuitu nostro sunt (citado en la página 124).

  • La obra. En su prefacio, el autor promete acometer en un futuro la relectura del opus shakespeariano sin abstraer de la fe que movió a escribir al inglés perenne. Esto es, proceder con una interpretación auténtica. Como entrante, en el Apéndice B aquilataría al “Rey Lear” desde un perspectiva de antemano insospechada. El meta-drama que se juega en la escena es el de las propias conciencias de los hombres-espectadores, que se balancean entre la fidelidad a Dios o su propia visión, entre el verdadero amor y los falsos amores. Entre Dios y el hombre. Entre el hombre que lo es y su parodia.

    Cordelia, en su fiel honestidad, nos enseña en diciendo a su padre:

    Good my lord, //
    You have begot me, bred me, loved me: I // Return those duties back as are right fit, // Obey you, love you, and most honour you. // Why have my sisters husbands, if they say // They love you all? Haply, when I shall wed, // That lord whose hand must take my plight shall carry // Half my love with him, half my care and duty: // Sure, I shall never marry like my sisters, // To love my father all (I.I.97-106).

    Al final, el Rey Lear aceptará su despojamiento, no sin una tremenda lucha por su conciencia. Aceptará su cruz y recobrará su libertad: el amor y a Cordelia. Será feliz, aun sufriendo:

    Come, let's away to prison: // We two alone will sing like birds i' the cage: // When thou dost ask me blessing, I'll kneel down, // And ask of thee forgiveness: so we'll live, // And pray, and sing, and tell old tales, and laugh // At gilded butterflies, and hear poor rogues // Talk of court news; and we'll talk with them too, // Who loses and who wins; who's in, who's out; // And take upon's the mystery of things, // As if we were God’s spies: and we'll wear out, // In a wall'd prison, packs and sects of great ones, // That ebb and flow by the moon (5.3.8-19).

CONCLUSIÓN

Poco más se puede añadir que no sea el animar a la lectura de The quest for Shakespeare, ya sea en el original o en la traducción castellana que al parecer tiene prometida Editorial Palabra. Y, de forma paralela o sucesiva, el acercarse al mismo Shakespeare sin prejuicios o romaticismos eróticos como los de la película Shakespeare in love. Más allá o a pesar de las representaciones actuales de intérpretes ciegos. El texto se defenderá por sí solo y esperamos ávidos las propuestas que la curiosidad sincera por Shakespeare nos deparará en las tablas del mundo.

1 comentario:

Unknown dijo...

My soul mate;)! I wrote my MA thesis about Shakespeare in translation :)