domingo, 8 de marzo de 2009

Javierada


Sin planearlo, este fin de semana, algo ventoso el sábado pero soleado el domingo, he podido disfrutar de la Navarra más auténtica, la que se gestó entorno de sus incontables monasterios y la que gestó y a su vez fue gestada por sus santos.

El sábado fue el turno del monasterio cisterciense (de la Trapa) de la Oliva, un remanso de paz de la Trapa, allá a orillas del río Aragón, entre Mélida y Caparroso, no muy lejos de las Bárdenas reales. ¡No hay que irse a la Grand Chartreuse
! Sus monjes, aunque no minusvaloran las utilidades que les ofrece la modernidad, mantienen puntillosos la regla monástica, como garantía de su libertad. Porque su libertad la encuentran en Dios, y en encontrándole a Él, se encuentran. (Permítaseme la licencia, pero no dudaré en afirmar que no hay más “persona” que un monje). Su actividad, su razón de ser: “Deum quaerere”. ¿Cómo? Mediante la oración, el trabajo y la penitencia. El fruto visible, la caridad para con el hermano, sea el de la propia comunidad como se trate de un huésped. ¿El secreto que lo sazona? La Virgen. Para los “mundanos”, incapaces de semejante vida, sólo nos queda disfrutar sin prisas de unas horas, de una conversación, de una Vísperas, de un paseo, de la humedad de una tierra pre-primaveral... ¡Y sabe a gloria recargarse las pilas!

Aprovechando que la Oliva no queda lejos de Javier, atravesando ya de oscuras la zona media de Navarra, la patria de los carlistas, me acerqué por carreteritas recónditas a Lumbier. Allá acababa de llegar un grupo de jóvenes navarros, vascos, catalanes y madrileños tras su extenuante primera jornada de la Javierada. Nos dio cobijo el párroco en la casa parroquial. Cenamos en la misma calle con sopa, pan, queso y algo de embutido, que por algo estamos en Cuaresma. Aunque cansados los caminantes, hubo tiempo y fuerzas primero para un alegre fuego de campamento, bailes y guitarras incluidos, en la anteiglesia del pueblo. Luego, entrada ya la noche y aprovechando los buenos ánimos, también los hubo para una hora santa con el Santísimo. Llevábamos un rato reconfortándonos por el Aquél que-es-todo-amor-y-misericodia cuando de repente unos potentes estallidos nos sobresaltaron. Alguien (unos chavales del pueblo) había entreabierto la puerta, echando dos petardos dentro de la iglesia, repleta de gente. El susto ciertamente fue grande, si bien sólo se quedó en un susto. Pero a nadie le cupo la menor duda de que se trataba de una leve premonición de otros sucesos, de otros “gamberros” y de otras bromas que no nos harán ninguna gracia, cada vez más cercanos... Y, sobretodo, a qué dudarlo, había y sigue habiendo otro Alguien (piénsese en el nombre del pueblo y se acertará) rabiando porque menos de cien jóvenes son capaces de arrodillarse durante una hora delante de lo que parece un trozo de pan... Ya se sabe aquello de “seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza” (Lc 21, 18-19).

Por ello, sin perder la tranquilidad, nos fuimos a dormir. Bueno, dormir es un decir, porque a las tres horas tocaba diana. Tras un rápido desayuno, a las cuatro de la mañana dejábamos Lumbier, encaminándonos por medio de la noche hacia nuestra meta: el castillo de Javier. En primer lugar, poco después de salir de la población y de camino a Liédena, hemos tenido que atravesar la Foz de Lumbier, un espectacular desfiladero del río Irati que ha serrado durante milenios la última estribación rocosa de la Sierra de Leyre. Si de día es imponente, imaginaos el congosto de noche, cuando la oscuridad y el silencio del lugar viene disturbado solamente por las inagotables aguas pirenaicas que se abren camino contra todo lo que se les ponga delante. Con todo, hablando sobre Canals, casi no nos hemos percatado del momento en que abandonábamos la lúgubre garganta.

Al llegar a Liédana, clareaba ya. Este era el punto de encuentro con los demás grupos. A las 7:30 salíamos todos rezando el Via-crucis, en la última parte del camino a Javier. Los últimos quilómetros eran pan comido para unos. En especial si no habíamos andado el día anterior. Pero para algunos... ¡era un verdadero via-crucis!



Sin embargo, nos reconfortaba por esta vez la gloriosa salida del sol, que se erguía entre las nubes perezosas que se desvanecían abrazándose delicadamente a los montes. De nuevo, la primavera indomable se preanunciaba maravillosa en los trigales que tímidamente se atrevían a germinar. Los almendros, más avanzados, se habían prodigado en adornarnos la caminata. Mas la natural belleza de la tierra que se nos despertaba delante, no era suficiente para las ya mermadas fuerzas de la adolescente Guadalupe, que a estas horas arrastraba ya con dificultad sus pies lastimados y llenos de ampollas. ¡Oh mujer (trabajadora), por mucho que te esfuerces, con compañía te será más fácil!¡Y cuánto más si la compañía te viene del brazo de un amigo! Así, los dos, hemos alcanzado Javier al final. Al final, porque hemos sido los últimos, pero hemos llegado puntuales para la misa. Misa al aire libre, que el sol ya calentaba, y el templo era magnífico, con el castillo de Javier como altar y la Sierra de Leyre, aún nevada en sus cimas, de retablo. Presidiendo, Don Francisco, el pastor. Nosotros, el rebaño reunido.

Y así, a San Javier le hemos traído nuestras intenciones. Y desde aquí, como el apóstol misionero, nos hemos vuelto cada uno a sus casas. También yo - en caso contrario no estaría escribiendo estas líneas. Con una misión: evangelizar, o sea anunciar la buena nueva. A Cristo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que fin de semana mas chulo habeis pasado!!!

Alfredo Alonso dijo...

Qué envidia!!!