domingo, 18 de mayo de 2008

Vino y fresas (mendigas de amor)


«She was on the way to becoming, if not rich, at least a woman of independent means» (Helen Fielding)

Hace unos días una amiga mía me envió un trabajo suyo que tiene por título “Las desigualdades sufridas por la mujer musulmana en los países islámicos”. Se trata de una argumentada crítica de la situación objetivamente denigrante e indigna en muchos aspectos que experimenta la mujer musulmana. Me ha hecho pensar en la situación de sus coetáneas “liberadas” (que mal suena esta expresión...) de la Europa post-cristiana. A pesar de la conciencia social y de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres alcanzadas en nuestras sociedades, las mujeres ¿han conseguido algo más de felicidad? En otras palabras, ¿son más FELICES que sus congéneres musulmanas? ¿son más FELICES que antes?¿Ha de comportar necesariamente la igualación una perdida de felicidad? ¿Está la igualdad reñida con la libertad y la felicidad?

Evidentemente, todo se reduce a qué entendemos por felicidad. La felicidad es complacerse con el bien. Cuanto mayor sea el bien, mayor la felicidad. Y ya se sabe cuál es el mayor bien... Curiosamente, no hay otro camino para dar con el bien que el amor. Es decir, hacer el bien, darlo más que recibirlo... No quiero provocar a nadie, pero la violencia de sexo se terminará cuando las mujeres hayan renunciado al amor que nadie parece querer darles (esto es, cuando se hayan convertido en hombres, lo cual es imposible) o bien cuando los hombres descubramos quién es la mujer y que es verdaderamente amable, es decir, que es nuestro BIEN.

La independencia económica parece ser el sueño no sólo de las mujeres contemporáneas, sino el de los varones desde siempre. Pero, en el caso de las mujeres, la aspiración se hace tanto más acuciante cuando la suficiencia económica da sensación de garantizar la independencia personal, es decir, la libertad. El poder económico se convierte en instrumento de conseguir la igualdad efectiva: la igualdad entre sexos (o géneros...). El relativo éxito profesional viene a ser la prueba a posteriori de la capacidad absoluta e incondicionada de la exitosa dama por encima de todas las dificultades, que cuantas más eran, más probarían su valía como especimen humano. Contra viento y marea, partiendo con la desventaja que impone una sociedad a priori y en todo momento discriminatoria, la mujer que fuere capaz de afirmarse, demostrará no sólo su valía sino su cabal superioridad, ella que se ha superpuesto a toda adversidad...

Así, los ejemplos, aunque sean contados, de heroínas que han podido escalar a lo más alto, excita todavía más la imaginación y las expectativas del común de las mujeres.

En verdad, la desventaja de nuestras compañeras es máxima. Han de ser buenas profesionales, políticas, amantes, esposas y también madres. Cumplir con todas las exigencias y superar todas las metas que les son impuestas o que se auto-imponen. Además pasando hambre y perdiendo la mitad de su vida en una peluquería o en un gimnasio... Todo sea por sentirse bien “consigo mismas” o con los demás. Más allá de la natural coquetería y lo extraordinario de su feminidad, prefieren la vanidad de Casiopea. En esta carrera de lobas, sólo algunas alcanzan los primeros lugares. ¿A qué precio?

Un “pero” en esta cursa. ¿Quién se acodará que por el camino se han quedado las frustradas, las perdedoras, ahora aún más que antes, porque les han quitado la supuesta miel de los labios y se han quedado sin nada y solas? Porque no todas son tan fuertes, algunas no resisten el ritmo marcado por la cultura pret-a-porter... Otro “pero”: qué lástima infunden a la postre las ganadoras - ¡amarga victoria!

Como Holly Golightly, a veces se tienen días rojos, que cada vez son más frecuentes...

Sin embargo, nunca es tarde para descubrir que hay un Amor que ama siempre, sin pedir méritos o valorar atributos. Nunca es tarde para ver que hay Alguien que sí las ama, en su radical pobreza y dependencia, ellas las grandes mendigas de amor, de Su amor. Pues, ¿qué no hará una mujer que se sepa amada de verdad?

Tal vez suenen ignorantes, distorsionadas o misóginas mis palabras: un alegato contra el esfuerzo y la ambición de superarse. Espero que se entiendan bien, pues nacen de una sincera preocupación, porque el desquiciamiento de la mujer es a su vez desquiciamiento de la misma humanidad. Sin amor ¿dónde está el arte? El problema del machismo no sólo es un problema de desconsideración, es decir falta de amor, hacia la mujer, sino hacia toda la persona, hacia toda persona. Si no tenemos claro qué y quién es persona, ¿cómo no vamos a cosificarnos? ¿Cómo no cosificar a la mujer?

Hoy celebramos la Santísima Trinidad: tres Personas y una misma naturaleza. La vida trinitaria y el amor que mueve al mundo...

A modo de conclusión y como complemento a esta entrada, os dejo con mi tocayo Micheal O’Brien y un fragmento de su newsletter de mayo:

«A couple of years ago I found myself in New York City, where I was a guest at a cultural event of mega proportions. Uncomfortable in the opulent surroundings of the hotel where the event was to take place later in the evening, I went for a walk on one of the most glamorous streets in the world, Fifth Avenue. I wore a very nice suit that I had recently obtained at a used clothing center, and was also quite proud of my new shoes which I had bought for twenty-dollars. My tie I had borrowed from one of my sons. Thus dressed in heavy camouflage, I felt quite spiffy—a rare event for me. There was an hour to kill so I thought I would simply stroll along, soaking up Manhattan’s alien ambience. Most of the city’s business was over for the day, and I was surprised by how empty the streets were. The block I was on seemed deserted. As I passed a glittering office tower, a woman strode forth from its entrance, turned in the directio! n I was going, and proceeded along the sidewalk a few paces behind me. A micro-second of exposure had informed me much about her: twenty-eight years old, incredibly beautiful, tastefully jeweled, wearing a designer suit and high heels that probably cost more than my family car—a 1994 Buick van in need of surgery. She was carrying a large leather briefcase with gold initials engraved on it. “Probably a lawyer,” I mused to myself, “maybe an up-and-coming CEO.” Then I heard the clickety-clickety of her high heels approaching swiftly behind me on the left. “Eyes to the right, buddy,” I instructed myself, and obeyed. Then to my astonishment she was beside me, her arm inches from my arm. A cloud of elegant perfume enveloped me. My heart skipped a beat.“I love you,” she breathed intensely, plaintively, deeply, most intimately. Stunned, mentally paralyzed, I quickened my pace from one befitting an elderly man to one preparing to break into a sprint. But she kept moving faster, gradually drawing ahead, and then as the gap between us widened, I spotted the cell-phone in her left hand, and the last thing I heard was, “I’ll pick up bread and milk on the way home, honey. I love you. Bye.” Click




http://www.youtube.com/watch?v=xiS_2ZKhn8w

1 comentario:

Anónimo dijo...

swietna ta notatka!ah te kobitki? czysz by Miquel powoli zaczynal nas rozumiec?