En otro orden de cosas, la fiesta de hoy nos recuerda la fiesta de la Vida, de toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. En estos momentos tan graves, cuando se está poniendo en entredicho el futuro (“la viabilidad”) de millones de personas en España, alguno podría pensar que el autor de este blog se encuentra de brazos cruzados viéndolas venir o escribiendo poesías más o menos introspectivas. No es así. Estoy convencido de que la batalla por la vida de miles de hermanos míos por nacer (o por no nacer...) hay que darla, incluso con la propia vida. Porque la sangre que se va a derramar es la sangre más inocente, será la de los corderitos sacrificados en este matadero español, sacrificados como chivos expiatorios por los pecados y por la iniquidad que se apodera de este mundo inhumano. Nosotros, ciertamente, por mucho que hagamos, estamos vendidos. En España, sólo hay que reconsiderar los antecedentes, volver a leer la Sentencia del TC nº53/1985, donde ninguno de los magistrados – incluidos los “bienpensantes” - se pronunció “por la vida” en contra del aborto.
El tema del aborto no ofrece dudas. O se está a favor o en contra, sin medias tintas. La cuestión es muy, pero que muy fácil: o el (o “lo”) concebido es persona desde el momento en que “surge”, esto es, desde el momento en que el espermatozoide masculino fecunda el óvulo femenino, o el (o “lo”) concebido no es persona, al menos hasta su “nacimiento”. Yo, con la ciencia en mano, sostengo que el concebido es persona - esto es, siguiendo la definición boeciana-tomista - individuo subsistente (substancia) de naturaleza racional. Se podrán poner todas las objeciones que se quieran a esta subsunción del embrión al concepto de persona, pero el hecho cierto es que, siquiera embrionariamente, este zigoto ya “es” y, sin abortos de por medio – naturales o artificiales –, está llamado a tener un nombre, una “circunstancia”, una historia personal y Dios quiera una familia. De hecho, normalmente una madre gestante no llama a su hijo/hija como “zigoto, embrión o feto”. Le llama ya como lo que es, como “hijo/hija”, y frecuentemente por su nombre desde el momento en que se conoce el sexo del o de la que va a nacer. El que sea querido o no, no es decisivo, puesto que el frágil e inconstante amor de sus padres biológicos no le puede otorgar la entidad a ese nonato.
En caso contrario (de no aceptarse que hay persona desde el mismísimo instante de la fecundación), como es lógico, la definición de persona queda sujeta al prejuicio, a la arbitrariedad, a la conveniencia de unos pocos o de unos muchos. ¿Solamente si el nacido ha sobrevivido 24 horas fuera del útero materno seria persona?¿Seria persona sólo el que se puede auto-determinar “libremente” y no está condicionado? Entonces, obviamente, pierde toda razón de ser la protección al
nasciturus. Pero también la de los niños (¿hay algo más condicionado, irracional e indeterminado que un niño?), la de los discapacitados psíquicos o, en general, la de todos aquellos que no nos “auto-determinamos” y que mantenemos algunas vinculaciones físicas, afectivas o morales con algo objetivo y exterior al propio “yo pensante”.
No exagero, esto no es demagogia. Sólo es llegar a las consecuencias de unas premisas espeluznantes. Los nazis se cepillaron a millones de judíos o gitanos por el simple argumento de que un judío o un gitano “no es persona”. Tal cual. Si no es persona,
ergo se puede (
se debe) eliminar. Por ello no es de extrañar, y no se me escandalice nadie, que la vida de un lince – ibérico o europeo, ¡qué más da! – gozará de más protección legal en este caso. Hoy hablamos de “derecho al aborto” hasta las 22 semanas, mañana hablaremos de 36 semanas y pasado mañana de derecho a la libre disposición de la prole, como la que tenían el
pater familias romano respecto a sus hijos. Ahora, el "pater" es el Estado o la Comunidad Autónoma. Hoy (todavía) nos escandaliza
la noticia de una madre acusada de matar a su hijo, recién nacido, y esconderlo en un armario de su casa
. El problema de esta desgraciada es que no “interrumpió voluntariamente su embarazo” a tiempo. Si la condenan, esta sí que será la mayor hipocresía de esta sociedad cainita. No la condenemos, por favor, seamos honrados y filantrópicos con la pobre mujer. Ya veréis como en unos años, estos casos “límite” serán despenalizados, toda vez que serán un argumento sofista para extender el aborto “libre” hasta la primera contracción del parto indeseado.
Además, los proabortistas no escriben poesías.
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No, no estoy de brazos cruzados. Estamos en Cuaresma: oración, penitencia y ayuno. No pierdo la esperanza. Porque en un día como hoy la esperanza, Nuestra Esperanza, se hizo hombre. Asumió todo lo humano, menos el pecado, precisamente para redimir lo humano, para redimir el pecado por la Cruz. También el pecado ominoso del aborto. Y la salvación no cesa, a pesar de las apariencias en contrario. Con María, nosotros, yo, todos podemos responder también ardientemente diciendo “fiat voluntas Tua”. No siempre es fácil. De hecho es muy difícil. Pero es el Espíritu de Dios quien nos impulsa a responder. Como María, sin saber el “cómo”, podemos pedir la gracia de decir sí a Dios, sí al hermano, sí al amor, sí a la vida. También decir sí a la poesía. Porque decir “sí” es decir “no” a Satanás y a sus obras, decir no a la muerte, al egoísmo, al pecado, a lo horrible, al aborto. En todo momento, en toda circunstancia. Hasta el momento final, en el que debamos pronunciarnos por el “sí” o el “no” definitivo. Y diremos SÍ, por gracia.